«Cada higo caído en el suelo
envuelve de un aroma único el aire.
Aroma de niñez, de noches de verano,
de besos dulces en cualquier esquina.
Subo la cuesta y te veo,
ya estás descalza regando la calle,
un cubo de tomates en la puerta
y los periquitos abiertos de par en par.
No hay final en la belleza,
no hay final de este paisaje en las alturas,
que desnuda nuestras almas.
Descanso al son del silencio,
solo roto por un chorro de agua que golpea sin descanso.»
Cuando estábamos sacando las fotos, coincidimos con una pareja que me contaron que se habían comprado una casita en el pueblo apenas sin verla y sin conocerlo de antes, únicamente se enamoraron de las vistas y decidieron que ese sería su paraíso particular. La verdad es que no es de extrañar porque puedes perderte en su cielo, y acariciar con la mirada cada una de las encinas, olivos, robles, alcornoque, jara….que se ve desde prácticamente cualquier punto del pueblo.
